Economía política y feminista (II): Contando con las mujeres

CC_LDirectaLa justicia europea lo dice alto y claro: el régimen laboral de las empleadas del hogar en España es contrario al derecho comunitario y representa una discriminación por razón de sexo, confirmando así la denuncia realizada desde el movimiento feminista y particularmente desde los colectivos de trabajadoras del hogar. La ratificación del convenio 189 de la OIT parece ya una realidad próxima tras la indecente e inexplicable demora.

111 años han pasado ya desde la primera conmemoración del Día Internacional de las Mujeres. Durante las dos décadas de este siglo el feminismo ha ido ganando un importante músculo social y vindicativo, recogiendo en la agenda algunas  reivindicaciones de largo recorrido como la necesidad de contar con las mujeres, con el trabajo que realizan dentro y fuera de los hogares, con el reconocimiento y valoración de la economía invisibilizada que se nutre del trabajo de reproducción social que siguen realizando mayormente las mujeres; la dimensión económica específica que representa y los derechos económicos o falta de ellos por las condiciones en las que se realiza sigue siendo objeto de estudio e interpelación desde la agenda feminista.

A finales del siglo XIX, Charlotte Perkins Gilman y Stuart Campbell fueron pioneras en argumentar la necesidad de considerar como un trabajo toda la actividad realizada en los hogares asignada socialmente a las mujeres; ambas se ocuparon de mostrar que la dimensión económica de las actividades hogar y las relaciones que se establecen en el mismo deberían ser objeto de estudio económico al ser determinantes de las condiciones de vida de las mujeres y de su empobrecimiento. Este planteamiento se convertiría en la semilla de la dialéctica feminista respecto al trabajo doméstico, el trabajo de reproducción social y la consideración de los hogares en un doble rol, como unidades de consumo y también espacios de producción. Charlotte reflexionaba en su obra El papel pintado de amarillo, sobre el rol asignado a las mujeres y cómo su falta de autonomía era un factor decisivo en el menoscabo de su salud mental y emocional, acelerando el deterioro físico de parte de la población femenina.

Margaret Reid fue pionera en otorgar importancia económica a las actividades invisibilizadas que se quedan fuera del mercado; precisamente una de sus principales contribuciones se refiere al ámbito de la producción doméstica, a su conceptualización y formas de valorarla y medirla cuantitativamente. Lo hizo a principios del siglo XX, mientras enseñaba Economía del Hogar y crecía el interés por integrar la producción doméstica en las cuentas nacionales.  Reconoció la dificultad conceptual que representa definir y medir la producción que no pasa por el mercado, al ser realizada por medio de un trabajo no remunerado. Estas dificultades se referían, por ejemplo, a los límites entre producción y consumo o entre producción y ocio, con la producción realizada en los hogares que genera utilidad y actividades que implican relaciones afectivas; para ello, definió el criterio de la tercera persona: «La producción doméstica consiste en aquellas actividades no pagadas que son llevadas a cabo, por y para los miembros del hogar; actividades que pueden ser reemplazadas por bienes de mercado o servicios remunerados, si circunstancias tales como la renta, las condiciones de mercado o las preferencias personales permiten que el trabajo sea delegado a alguien ajeno al hogar.»

El ninguneo que la economía convencional ha practicado hacia las mujeres viene de lejos, así lo ha manifestado la neozelandesa Marilyn Waring en una crítica directa a los estándares internacionales de medición de la actividad productiva y el crecimiento económico que ha obviado el valor del trabajo no remunerado que hacen las mujeres, dejándolo fuera del sistema de cuentas nacionales; su libro Si las mujeres contaran, publicado a finales del pasado siglo, siguen siendo una de las referencias básicas para la economía feminista.

Vuelvo a las trabajadoras del hogar y al justo apoyo recibido desde el Tribunal de Justicia Europeo para el reconocimiento de plenos derechos derivados de la actividad profesional realizada en hogares ajenos, y que forma parte de lo que convencionalmente se considera economía productiva; no obstante, al estar demasiado vinculada a la actividad tradicionalmente invisibilizada por la economía, ser realizada en su inmensa mayoría por mujeres, migrantes en gran parte, no ha sido objeto de interés económico ni jurídico por parte de las instituciones; hasta ahora.

[Artículo publicado directamente en Catalán, en Directa.cat]

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