Sostener la vida: Economía del cuidado y abandono de la economía extractiva

Reproduzco a continuación el artículo que ha escrito Laura Martínez a partir de la conversación que tuvimos tras mi comparencencia en la comisión de reconstrucción económica y social de Les Corts Valencianes, el pasado viernes, 26 de junio.

«Hay que abandonar la idea de basarse en la economía extractiva. Es posible crear riqueza cuidando de la salud y el medio ambiente»

Una de las premisas que deja la crisis de la COVID-19 es la reivindicación de la necesidad de dignificar la vida. En el mundo precovid distintas disciplinas académicas como la economía del bien común o la economía feminista abogaban por un cambio de sistema, ampliación de los servicios públicos, reindustrialización y aplicación de la perspectiva de género y medioambiental a los sectores productivos. La crisis global abre un periodo de reflexión y muchos sectores, desde la academia a los hogares, claman por que no se debe volver a la normalidad, ya que la normalidad era el problema.

Carmen Castro es economista especializada en modelos de bienestar y políticas de género. Durante esta crisis ha sido citada por la comisión de reconstrucción del Congreso, en los debates del Instituto de la Mujer sobre renta básica, y el pasado viernes compareció en la comisión de reconstrucción de las Corts Valencianes. Próximamente, hará lo propio en la comisión de estudio de los usos del tiempo racionales.

«Esta crisis ha actuado como un espejo» y ha evidenciado dos cuestiones fundamentales: la vida no se sostiene sola y todas las personas necesitamos cuidados, explica la investigadora. La experta considera fundamental un cambio de paradigma en el que las leyes del mercado no sean las únicas que regulen la economía y la vida. «Hay que convertir los cuidados en economía, repensar los trabajos, convertir en acción productiva reconocida y remunerada los cuidados», explica a eldiario.es en una conversación posterior a su comparecencia.

Castro plantea la economía de los cuidados más allá de las personas. «Es que la vida se sostenga de manera digna», sostiene, lo que incluye reformas en el sector turístico o en los sectores productivos «para contribuir a la igualdad social y no provocar efectos colaterales y daños medioambiantales». La economista cree que es el momento de plantear determinadas decisiones sobre la no conveniencia de seguir sosteniendo sectores claramente contaminantes, que absorben recursos públicos en forma de subvenciones y ayudas directas y para paliar su huella ecológica. En su lugar, plantea «reorientar el perfil de empleabilidad de las personas», ayudar a las empresas a cambiar su producción minimizando la huella ecológica, mediante el diálogo social para que nadie quede atrás. Por ejemplo, a través de apoyos directos a empresas valencianas que decidan relocalizar sus fases de producción, garantizas creación de empleo en el territorio, estandarizar las condiciones dignas, o ayudar a la reorientación de servicios que se decidan que son esenciales; en definitiva: «repensar lo que producimos desde el criterio del valor social». El futuro no puede construirse de espaldas al planeta.

La experta considera esencial revalorizar el trabajo de cuidados y profesionalizarlo.  De un lado, por el impacto que tendrá en la reducción de la brecha de género dotar de condiciones dignas a sectores feminizados y precarizados (dos condiciones que suelen ir de la mano); de otro, por la construcción de un modelo que deje de ser depredador de la vida humana. «Nos toca recuperar la empatía social y cambiar la mirada. Hay que abandonar la perspectiva de que las cuentas de la patronal son la economía pública, abandonar ese planteamiento caduco de que los sectores productivos se tienen que basar en una economía extractiva. Es posible crear riqueza económica cuidando de la salud y medio ambiente», señala. Así, insiste en que hay que buscar datos estadísticos más allá del PIB, que «no mide la desigualdad, no nos da información sobre la depredación o no de nuestras costas y no nos dice las posibilidades de resiliencia de la huerta valenciana. Solo mide lo que es traducible a términos monetarios».

Como recetas, propone un «replanteamiento de la ayuda a domicilio para alejarlo de algo asistencial y convertirlo en un servicio profesionalizado de cuidados en el entorno familiar, la intermediación laboral para mediar en el empleo -no es conveniente que se haga desde gestión privada con ánimo de lucro, como se ha evidenciado en las residencias, apunta-, transformar el modelo de colaboración público-privada a colaboración pública, social y comunitaria, dando entrada a cooperativas y empresas de inserción laboral, aplicando códigos éticos». Para llevarlo a cabo, será imprescindible el diálogo social, insiste.

El sector público tendrá un papel fundamental en una reconstrucción que ponga en valor los cuidados. El Estado, desde la administración central a la municipal, pasando por la autonómica, debe ampliar el catálogo de trabajos esenciales y garantizar las condiciones dignas por los servicios públicos, que funcionen como agencia pública de intermediación en el empleo. Esto ayudaría a que en sectores extremadamente precarizados como el trabajo doméstico la patronal sea la persona que te contrata. En esta concepción más amplia de servicio esencial, la experta contempla la energía,  vivienda, alimentación, limpieza, movilidad sostenible, comunicación, y los cuidados en el sentido convencional -la atención directa a las personas-.

Castro planteó a los parlamentarios reforzar el pacto valenciano contra la violencia machista para anticipar una situación que vendrá a medida que se supere la pandemia -las denuncias han llegado a cifras récord y hay personas obligadas a convivir con sus maltratadores-, la creación de una mesa de diálogo para reorientar la industria y un observatorio valenciano para la sostenibilidad de la vida, que trabaje por un modelo que permita que esta sea vivida.

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