Son muchos los retos a los que nos confrontan las múltiples crisis que nos atraviesan y que covid-19 ha acelerado; el otro día mencioné algunos en la Comisión Reconstrucción Social, Económica y Sanitaria de Les Corts Valencianes, interpelando a sus señorías hacia la conveniencia de aprender alguna de las lecciones que nos ha arrojado la actual pandemia; los retos de esta nueva era claman por un cambio de modelo económico y el refuerzo de la salud democrática. Voces diversas desde diferentes realidades estamos tejiendo un relato colectivo sobre la necesidad de cambiar el paradigma económico articulando transformaciones ecosociales justas en esta nueva etapa post pandemia.
Escribo este artículo desde el profundo convencimiento de que las leyes de mercado ya no pueden ser las únicas que regulen la economía; urge la aplicación de un profundo sentido ético, particularmente de la ética de los cuidados, al modelo económico y también la necesidad de hacer extensiva una corresponsabilidad integral. Desde mi perspectiva, hay, al menos, cuatro ejes inspiradores que he comentado ya en este otro artículo previamente, argumentando la importancia del papel de los cuidados como derecho social básico y de gran potencial transformador para propiciar transiciones justas a los diversos escenarios de la nueva normalidad impuesta. Se trata de garantizar como prioridades de agenda el compromiso real y efectivo de reforzar las condiciones dignas de vida, ampliando el marco de derechos básicos para la vida:
1) Preservar la salud.
2) Garantizar sostenibilidad ecológica.
3) Facilitar cuidados y propiciar bienestar a nivel individual y social.
4) Garantizar condiciones dignas en los trabajos esenciales para la vida.
5) Diluir la división sexual del trabajo.
Son algunas de las cuestiones en las que llevamos tiempo insistiendo desde la economía feminista; parece que la pandemia por covid19 ha abierto la predisposición para ir concretando y materializando este giro económico, social y cultural necesario; así pues, procede ir avanzando propuestas y también valorar los liderazgos propiciatorios.
Una cuestión clave es entender la triple dimensión que confluyen en los cuidados. Se trata de un código ético a extender de manera transversal a todo lo que hacemos y especialmente desde la economía pública. También se refiere a una multidisciplinariedad de trabajos que se realizan desde diferentes ámbitos, fundamentalmente por mujeres, en condiciones diversas, mayormente afectadas por la precariedad y exposición al riesgo por desprotección social. La tercera dimensión se refiere a su asignación a lo que, ahora sí ya sabemos identificar como actividades, funciones y tareas que resultan esenciales para sostener la vida. Ese es uno de los grandes aprendizajes de lo que hemos vivido recientemente; la vida no se sostiene sola y convendría tenerlo en cuenta en los planes de reactivación económica, repensándolos desde la lógica de contribuir a crear valor social que propicie la sostenibilidad de la vida en buenas condiciones, en equidad, sin dejar a nadie atrás. Este planteamiento tiene consecuencias directas y nos interpela a repensarlo todo, empezando por la necesidad de un mayor protagonismo y refuerzo de lo público, no solo como agente redistribuidor de rentas, trabajos y tiempos, si no como agente proactivo en la creación de empleo y en la inversión en infraestructuras físicas, sociales, culturales, de conocimiento, etc. También afecta al cometido de repensar y reorientar los sectores productivos en la economía valenciana y el futuro del trabajo.
Necesitamos disponer de estructuras colectivas para cuidarnos y para cuidar la vida, y aún no las tenemos.
La emergencia climática y la emergencia social nos interpela a repensar colectivamente, integrando las múltiples perspectivas que interseccionan la economía valenciana en su encrucijada actual y la vida en común. Eso pasa por buscar de qué forma articular las mejoras necesarias de la producción y distribución de los sectores productivos del territorio, con la igualdad, sin dejar a nadie atrás; afecta a todas las personas, a gran parte de los sectores económicos, a los diferentes agentes sociales y económicos y por su puesto a la Administración Pública en sus respectivos ámbitos de competencia institucional.
Todo ello se vincula directamente con la necesidad de incluir el enfoque de sostenibilidad de la vida en el plan de reactivación y transformación económica de la era poscovid y con la propuesta implícita en este artículo de plantear la posibilidad de llevarlo a la práctica a través de niveles de articulación. La idea es crear un Observatorio Valenciano de la sostenibilidad de la vida en el que confluyan las diferente realidades y que genere conocimiento colectivo tanto de las necesidades como de las posibles acciones y redes sinérgicas a ir conformando en el territorio. Para ir aterrizando esta multilateralidad en la mejora de políticas específicas vendría bien contar con una transversalidad eficiente en la coordinación y aterrizaje a las políticas públicas; en este sentido quizás respondería una estructura de coordinación institucional, Secretaría o Servicio autonómico con el cometido específico de garantizar la aplicación del enfoque de sostenibilidad de la vida en la reorientación de las políticas autonómicas. Todo ello se orienta a ir conformando cambios a medio plazo que requieren de un trabajo de base local, que apoye y refuerce las iniciativas de proximidad, más dirigidas al mercado local-comarcal y a atender necesidades de la vida cotidiana; en este sentido se entendería la dinamización de un Pacto ciudadano por la sostenibilidad de la vida como garante de que fluye el enfoque abajo-arriba incidiendo en el cambio cultural y en el dinamismo de los barrios para articular redes comunitarias de cuidados.
Para ir posibilitando cambios estructurales a medio plazo, la multilateralidad de este enfoque es algo fundamental. Cuando hablamos de sostenibilidad de la vida hablamos de un circuito integrado de producción y reproducción social, en el que se dan trabajos remunerados y trabajos no remunerados que inciden en el valor y condiciones en las que puede discurrir la vida para las personas y seres vivos. Ya sea tanto al referirnos a los cuidados, en el sentido más convencional de atención a las personas, a su funcionamiento y desarrollo, a su salud física y afectivo-sexual, a su equilibrio emocional, etc. o a cuando lo hacemos a un sentido más amplio que alcanza a cómo contribuimos a que los ecosistemas naturales, sociales, productivos y reproductivos se desarrollen en armonía. Por ello, sostener la vida también quiere decir cuidar la regeneración de los ecosistemas, dando protagonismo a redes territorializadas basadas en producción de ciclo corto, a ir reforzando una industria local basada en la soberanía y seguridad alimentaria que pueda crear empleo rural; a cuidar la capacidad de resiliencia que ha mostrado L’Horta Valenciana y apoyar con recursos al crisol de iniciativas agroecológicas, ecofeministas y colectivas que contribuyen al valor social desde algo tan básico como la alimentación. A la sostenibilidad de la vida ha de contribuir también la transición energética, a través del ahorro y la reducción de la huella ecológica, de los procesos de descarbonización y el impulso decidido de las energías renovables distribuidas, del cuidado y regeneración de la biodiversidad, de la movilidad sostenible, de la vivienda con eficiencia energética y de la transformación coherente del modelo de desarrollo turístico, abandonando el carácter depredador, extractivo y clasista que lo ha caracterizado en épocas pasadas. También significa explicitar un compromiso para reorientar la producción de industrias convencionales como el textil, calzado, cerámica, artes gráficas y la actividad industrial en torno a las fallas, por citar algunas, hacia sistemas no contaminantes y de mayor valor social.
En el corto plazo la interpelación es a resolver de forma urgente las necesidades más acuciantes; sería deseable hacerlo pensado que sus efectos confluyan con el cambio hacia modelos de vida vivibles para todas las personas y seres vivos. Desgraciadamente las urgencias sociales y de género a las que atender desde la inmediatez son demasiadas para abordar en este artículo; menciono solo dos de las líneas de acción que considero necesarias y en coherencia con el enfoque de la sostenibilidad de la vida. Una cuestión clave es garantizar que fluya liquidez, hacia personas y también entidades empleadoras, para atender las necesidad de funcionamiento del momento; ahora bien, la cuestión estratégica es la de garantizar los trabajos esenciales para vidas vivibles, y hacerlo en condiciones de dignidad.
El camino recorrido por la Renta Valenciana de Inclusión en la era precovid, es un buen ejemplo, aunque todavía no suficiente; la necesidad de mejora del mismo no se resuelve solo con dotarle de carácter complementario al Ingreso Mínimo Vital; si bien es cierto que la co-gestión de ambos instrumentos de pago directo podría facilitar una coordinación más eficiente e identificar ampliaciones necesarias para eliminar las bolsas de pobreza monetaria y la falta de ingresos para atender las necesidades básicas. Sobre la liquidez a las entidades empleadoras, es evidente el importante papel de reactivación del diálogo social y particularmente del mecanismo de los ERTE; ahora bien, quedan decisiones difíciles por tomar, contextualizadas en la necesidad de avanzar en sostenibilidad ecológica, social y económica. La reorganización de los tiempos y trabajos nos lleva a pensar, más allá del trabajo forzado y en remoto desde casa durante el confinamiento, hay que hacer efectiva la reducción de la jornada laboral con paridad de salario, y también un marco propiciatorio para extender la opción del teletrabajo evitando caer en la trampa de la explotación laboral y de género a la que podría llevar la nueva ‘domesticidad’ del trabajo remunerado. Relacionado con todo ello está también la necesidad de irnos preparando para asumir que no todos los empleos serán recuperables ni deseables en la era poscovid; habrá que hacer frente a estas realidades en los planes de reorientación económica.
Ahora que ya sabemos la vida se sostiene porque hay una serie de actividades y funciones que lo posibilitan y que se han reconocido como esenciales durante el confinamiento es más que evidente la necesidad de garantizarlas entre las prioridades y transiciones a impulsar en la era poscovid: la provisión de alimentos, el suministro de energía, la atención sociosanitaria, la atención integral de educación infantil y atención a la dependencia, los cuidados y trabajos de producción doméstica (en el hogar) y los trabajos de cuidados que se prestan en infraestructuras sociales (como centros de día y residencias) y otros entornos laborales (como en los hoteles y otros establecimientos comerciales), el poder disponer de aire, agua y suelos no contaminados, el acceso a una vivienda o recursos habitacionales, el servicio de limpieza e de higienización textil, de espacios públicos y lugares de trabajo, la movilidad por el territorio y el circuito de infraestructuras de la vida cotidiana, etc.
Es tiempo de acometer algunos cambios y mejoras respecto a las condiciones en las que se prestan los trabajos esenciales; de todos ellos considero de cierta urgencia los siguientes:
Trabajos de cuidados fuera de los hogares:
1) En atención a la dependencia: mejora inmediata de las condiciones laborales, creación de empleo público, por ejemplo a través del programa de empleo garantizado en el ámbito de cuidados y servicios esenciales, progresiva transformación de contratos de gestión privada de infraestructuras de cuidados a través de gestión directa o gestión social y sin ánimo de lucro -el 80% de las residencias de personas mayores en la comunidad valenciana son de gestión privada-.
2) Servicios esenciales de cuidados de menores, bajo la garantía del empleo público, reajustando estándares de calidad de servicio y de condiciones de trabajo.
Refuerzo para los trabajos de cuidados en los hogares (el 98% son mujeres):
1) Servicios profesionales de cuidados a domicilio, a través, por ejemplo, de la creación de una agencia o servicio público de intermediación para la contratación del empleo de cuidados que se vaya a realizar en los hogares.
2) Campaña de corresponsabilidad de los trabajos no remunerados domésticos, de los que el 77,5% del tiempo empleado son realizados por mujeres.
Que nos va la vida, la buena vida, en todo ello es algo cada vez más evidente. Sería deseable usar esa amplitud de mirada y de empatía social para avanzar con un enfoque integral, reorientando la economía valenciana a la sostenibilidad de la vida. Y hacerlo sin dejar a nadie atrás y sin que sean las mujeres quienes tengan que seguir asumiendo la ausencia de garantías públicas y de corresponsabilidad.
[Artículo publicado originalmente en Lab Feminisme de Fundació Nexe]