107 personas permanecen hacinadas en el Open Arms, tras 18 días de bloqueo en alta mar, están a 800 metros de Lampedusa esperando una respuesta humanitaria viable que autorice su entrada a puerto. En situación parecida se encuentra también el Ocean Viking, esperando un puerto donde poder desembarcar a las 356 personas inmigrantes que lleva a bordo tras haber sido rescatadas de las costas libias y llevar ya 10 días en alta mar.
Si quienes pretenden ser reconocidos como líderes políticos supieran estar a la altura de lo que requiere el momento actual, aún habría sido posible alimentar un nivel mínimo de optimismo. Algo cada vez más difícil de creer tras haber constatado la absoluta falta de humanidad y de empatía social que han mostrado en esta última semana. Es tal la injusticia y la deshumanización que duele profundamente la distancia emocional del poder político. Ofende la indiferencia y desdén del gobierno de Italia, el silencio de Malta e incluso la respuesta del presidente-en-funciones español; una respuesta que llega tarde, que resulta ser inviable y que ocurre tras el inexplicable silencio e inacción de los últimos 12 días, cuando los ayuntamientos de València y Barcelona se ofrecieron como puerto seguro para las personas refugiadas en el Open Arms. Hace 12 días habría sido posible dirigir el barco a uno de estos puertos seguros del mediterráneo, sin embargo, la situación actual requiere de la inmediatez del desembarco en Lampedusa, o del traslado-rescate a otra embarcación o avión, como sugieren desde el propio barco.
No debería haber cabida para tacticismos electorales y, sin embargo, a eso apuntan directamente la nefasta gestión realizada y el pulso político entre los países en liza y la Comisión Europea, por la ausencia de una política común de migración y asilo. Ponerse de perfil no resuelve la crisis humanitaria, todo lo contrario, la agudiza, y la falta de una respuesta justa y eficaz acelera el preocupante proceso de deshumanización al que asistimos mientras avanza la contaminación de los discursos xenófobos que practica la ultraderecha.
Releer a Margaret Atwood en estos días provoca aún mayor inquietud: «el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana». Considero que la deshumanización de la política es una de las señales más contundentes de esta nueva realidad en la que nos zambullimos por la falta de empatía social. Si no se quiere ver que tras las crisis migratorias hay personas, vidas escapando de la violencia y de la miseria, si se presta más atención al mercadeo de los cupos y cuotas de reparto de su acogida que a la dignidad humana de cada persona, hay que preguntarse cuál es el mensaje que se está trasladando a la población y en qué imaginario u orden simbólico incide. ¿Qué credibilidad puede tener un gobierno que, ya sea por acción u omisión, actúa como si la vida de algunos grupos poblacionales fuese mercancía desechable? ¿A qué les suena? Exactamente, a eso mismo. Es importante tener en cuenta que señalar el neofascismo de Salvini no exime de responsabilidad secundaria a quien, como Sánchez, pretenda construir un relato supuestamente progresista y democrático.
Conviene aplicar la lógica de la sospecha cuando la equivalencia humana no está implícita en las prácticas políticas y económicas; y, en ese caso, hay que denunciar los crímenes humanitarios que provoca y actuar consecuentemente en la acción política y electoral. La dignidad humana ha de estar por encima de cualquier valor, ya sea económico, cultural o religioso; y es imprescindible asumirlo como prioridad para conseguir desmontar la falacia en la que el neoliberalismo nos ha entrampado. No somos mercancías, ni indicadores cuantitativos economicistas, somos personas. Mujeres, hombres, niñas y niños se arriesgan a cruzar el mar, son vidas humanas que aspiran a sobrevivir en la travesía y que merecen poder vivir vidas plenas en condiciones dignas y libres de violencia.
[Artículo escrito y publicado originalmente en ElDiario.es]